Súbase mona, fueron las palabras del conductor. Inmediatamente me embarque en la ruta Florida, letrero azul, con letras blancas de la empresa Cotrander. Me abrió la puerta de atrás y subí mientras él aceleraba el autobús.
La historia comenzó a las 10:55 de la mañana en la calle novena. Ese día decidí que allí lo haría. Estaba nerviosa, no sabía ni como decirlo ni cómo hacerlo, pero lo único que tenía claro era que lo debía hacerlo. No era una cosa del otro mundo, era algo muy simple que la mayoría de estudiantes acostumbran a hacer cuando su presupuesto es mínimo. Mientras me convencía de hacerlo bajaba por esa misma calle, me atacaba el temor, pero sobre todo la vergüenza de que alguien conocido me viera en esa situación. Así que seguí bajando hasta llegar a la esquina del billar. Me senté en la acera a pensar que le iba a decir al conductor y como se lo iba a decir. Debía ser algo breve y amistoso-: Amigo, me lleva por 1000 pesos o tal vez; disculpe señor me podría llevar por mil pesos, Gracias, de verdad muchas gracias. A la larga resolví que fuera espontaneo. Semejante cosa tan sencilla y estaba tan acobardada. Dejé pasar el primer bus por indecisión .Después de unos 10 minutos venía de nuevo Florida. Levanté la mano y el bus se detuvo. Era el momento, le decía de una vez, o me hacia la loca y pagaba el pasaje sin darle más vueltas al asunto. Me tire al agua, me asome por la ventana y le hablé rápidamente al conductor, pero este no me escuchó, tal vez porque en su autobús sonaba a todo volumen una de las hermosas melodías de Javier Martínez.Así que lo intente de nuevo, le hablé está vez por la puerta: disculpe señor me podría llevar por mil pesos, gracias, de verdad muchas gracias. ¿Suerte de principiante? Sí. Me embarqué por la puerta de atrás y me acomodé en el penúltimo asiento a la derecha. Siempre en la ventana. El bus estaba vacío, excepto por una rubia de tacones plata, un estudiante del Colegio Santander y el profesor Rafael Barragán.
Lo que temía ya había sucedido, alguien conocido en el bus y lo había visto todo. Me achanté, le sonreí sin ánimo y me senté detrás de él. Desde mi asiento podía ver las llaves que tenía en su mano junto a un llavero blanco como sus pocas canas.Deje de observarlo pues lo vergonzoso ya había sucedido y me entretuve en la ventana a mirar parte de las calzadas y las aceras: taxis, puestos de comida, venta de minutos, parques, almacenes y camisetas de la selección Colombia que ese mismo viernes jugaría frente a Corea en el Estadio El Campín. Al final del día la selección de Colombia terminaría ganando uno a cero. Tremendo marcador.
Estando en la treinta y tres se subió una vendedora ambulante ágilmente, muy joven por cierto, vestía una camisa escotada de color rojo y un jean desgastado. Se veía agotaba por su labor pues no es siempre fácil esperar en los andenes o en los semáforos en rojo. Caminar al acecho, con un ojo mirando hacia adelante y otro hacia la calle. Buscando un bus con la puerta abierta que no esté ni muy lleno ni muy vacío. Cuando lo encuentra, se pone en marcha. Se sube de un solo salto, como león dando un zarpazo. En verdad estos vendedores son más rápidos que el conductor, que casi nunca logra cerrarles la puerta en la cara. Con la misma agilidad se saltan la registradora del vehículo.
Algunos pagan el pasaje pero esta joven da una muestra gratis al conductor por la oportunidad de trabajo. Se acomodo detrás de la registradora con una bolsa de dulces en su mano derecha. Se paró frente al resto y comenzó su discurso: "Buenas días damas y caballeros. Discúlpenme si se encontraban conversando o meditando. Permítame presentarles este nuevo producto llamado Crazy Wafer una rica galleta que viene entres sabores: vainilla, chocolate y fresa. Amigos la unidad le vale 400 pero para su mayor economía lleve las tres en mil. El discurso sigue, en muchos casos, con la versión de un minuto del drama de su vida. Todos los relatos se parecen: "Tengo bocas que alimentar", "me ha sido imposible conseguir un trabajo", "este medio de transporte me ha dado la oportunidad de llevarles el pan a mis hijos que viven conmigo en una pieza". Y finalmente: "Recuerden no botar el papelito dentro del vehículo‘’ .
Después de su discurso se baja y al rato toma otro bus con la intención de vender sus galletas para poder sobrevivir. Al llegar al puente de la Flora ya se habían bajado los tres personajes que habían iniciado conmigo el trayecto, y ahora uno más se montaba en el bus. Una abuelita de piel pecosa, cabello corto, camisa de lentejuelas y un pantalón de tela que combinaba con su bolso beis. Se sentó a mi lado. Sólo murmuraba del calor que hacia mientras yo me acomodaba mis audífonos. Después de pasar por cabecera, conucos y pedregosa, llego al caí del Niza donde me dispongo a bajarme, la abuelita que está a mi lado se adelanta y grita: Parada señor. Mientras yo intento esquivar un gordo maloliente que está antecito de la puerta. Se baja la abuelita y seguidamente yo. Pensaría que vive en la misma cuadra mía pero no, llega a una cosa blanca, se arregla su cabello y toca la puerta, ella entra y un joven la recibe alegremente mientras yo sigo el camino a mi casa, una cuadra más allá ,donde mi mamá me abre la puerta y como de costumbre me pregunta cómo me fue.
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